Es obvio que hay una crisis de grandes dimensiones en Venezuela y va a empeorar. No se trata de una proyección astrológica. Es más simple que mirar las estrellas. El modelo de intervencionismo y la caída severa en el precio del petróleo explican la crisis.
El gobierno, lejos de girar hacia la racionalización de su modelo, decidió tirarse por el barranco de la profundización de su error. Por el lado del petróleo, si bien las proyecciones son un poco más alentadoras hacia el final del año, el 2016 seguirá signado por una caída estrepitosa de los ingresos.
La crisis continuará acentuándose y la gente se hará cada vez más sensible, aumentando los riesgos de explosión social. Estoy hablando de una sociedad que se expresa diariamente de manera espontánea, como por ejemplo:
– La protesta en las colas de los supermercados.
– Los habitantes de un pueblo que trancan una calle por la inseguridad, mientras los de otros pueblos y ciudades lo hacen por la falta de agua, electricidad, alimentos y medicinas.
– Los taxistas enfurecidos por el asesinato de un compañero.
– Los obreros que manifiestan por la caída de sus salarios reales o por la ausencia de materia prima en las empresas donde trabajan.
– Los estudiantes que se unen a sus profesores en una marcha por el presupuesto universitario.
– Los familiares de un enfermo que explotan en un hospital porque no lo atienden debido a la falta de insumos, medicinas y médicos.
– Las protestas de los presos por el hacinamiento y las condiciones carcelarias o, mucho menos convencionales, los pranes y sus panas protestando la pérdida de un compañero, disparando al aire para mostrar su arsenal.
Algunos piensan que a una explosión social como el Caracazo, que de manera espontánea o inducida, pondrá al país en conflicto. Los más duros creen que, ante la negativa evidente del gobierno de buscar soluciones racionales, negociadas y democráticas, esa será la única vía para lograr un cambio de gobierno. Otros, como yo, somos más escépticos.
Primero, porque no luce obvio que esos eventos focalizados, que hemos mencionado, se articulen y segundo porque si lo hicieran, hay altas probabilidades de que sea un evento anárquico, en un ambiente donde la oposición convencional no tiene la organización ni el liderazgo para capitalizarlo y podría terminar más bien en manos del propio gobierno, que lo reprime y controla a su favor o en la de otros actores que si tienen la fuerza, la organización y las armas para capitalizarlo, usualmente autócratas de los que ha estado llena la historia.
Los argentinos lo vivieron con su sucesión de gorilas. Los bolivianos llegaron a tener varios presidentes por semana. La primavera árabe se ha convertido en inestabilidad y descontrol.
En el medio de esta crisis económica, que amenaza con convertirse también en una crisis social, es normal que la oposición quiera acompañar a la gente en su drama. Que desee interpretar sus deseos de cambio. Que más allá de los bloqueadores gigantes que representa el control institucional del gobierno, ofrezca buscar salidas constitucionales que canalicen la energía de la gente por una vía menos peligrosa que la radicalización.
Fue el mismo chavismo y el propio Chávez quien incorporó en la constitución las opciones legales de reto a un gobierno malo, por lo que es un disparate que el chavismo califique esas acciones como golpistas.
No cabe duda de que buscar su aplicación es constitucional y democrático, aunque en mi opinión, concretarlas será muy difícil, independientemente de la posición mayoritaria de la oposición. Aún así, su sola búsqueda articulará a la oposición, le dará dirección y canalizará su energía, que buena falta le hace.
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