La actual crisis económica que se vive en el país y que se ha agudizado desde los últimos tres años ha hecho que los venezolanos disminuyan sus horas de disfrutes en locales nocturnos y otras áreas de recreación.
El periodista Javier Lafuente realizó un trabajo que publicó el diario español El País, donde explica que según un monitoreo el 63% de los venezolanos ha limitado sus actividades de recreación y diversión. La inseguridad desatada en las principales ciudades también es una problemática presente a la hora de intentar pasar unas horas fuera del hogar.
Un golpe de realidad si se tiene en cuenta que el clima de Caracas es una invitación a estar en la calle. Ya no hay rastro, sin embargo, de las terrazas en el bulevar de Sabana Grande ni locales al aire libre más allá de los que están cerca del cielo, en lo alto de los hoteles, prohibitivos para la mayoría de los venezolanos. Las fiestas en las casas se han convertido en el subterfugio de quienes siguen optando por ver amanecer antes de dormir; algo, las ganas de rumba, que será lo último que pierdan.
La crisis económica y la hiperinflación han terminado por rematar el disfrute. Las tascas del municipio de Chacao, esas que mantienen viva la esencia y herencia del bar típico español, resisten como pueden. “Sigue viniendo gente, pero claro, no es como antes, y conseguir los productos cada vez es más complicado”, se resigna Antonio, dueño de La Barrita, español de nacimiento, venezolano de adopción y convicción. La inflación —del 180,9%, según datos oficiales; del 700%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI)— le atormenta. En el último año tuvo que cambiar los precios cuatro veces. En lo que va de mes de mayo, dos, sobre todo después de que la empresa de bebidas Polar decidiese detener la producción de cerveza en el país por falta de divisas. Antes, la podía cobrar a 400 bolívares. La semana pasada estaba a 800. Aplicando la tasa del mercado negro —1.050 bolívares por dólar—, a la que casi todo el mundo recurre, el salario mínimo de un venezolano equivaldría a poco menos de 20 dólares. “Hemos tenido otras crisis, pero esta es la peor. Ahora, ¿adónde te vas a ir?”, se pregunta.
“La respuesta al miedo es la inhibición y eso ha aumentado considerablemente en los dos últimos años. Ha ido afectando a distintos grupos sociales, pero ahora ya golpea a todo el mundo. Lo que hay es una pérdida de la ciudad y la libertad”, opina Roberto Briceño, director del Observatorio Venezolano de la Violencia. “Antes te podían robar, pero ahora te matan, eso merma las horas y las ganas de salir de la gente”.
En el último año, nueve de cada diez venezolanos consideran que la violencia ha aumentado en el país y en uno de cada cuatro hogares hubo un miembro víctima de un delito. Venezuela, con una tasa de homicidios de 90 por cada 100.000 habitantes, se convirtió el pasado año en el país más violento del mundo. “El deterioro se ha incrementado en los últimos años. Uno sale por la mañana y se encuentra con una falla en el metro, y cuando vuelve a su casa por la noche, con que igual no tiene luz. La gente está arrecha [enojada]”, añade Genny Zúñiga, socióloga de la Universidad Central de Venezuela.
La violencia ya no solo supone perder la vida. A medianoche, la avenida Libertador, una de las arterias de la capital, se ha convertido en una escena desoladora. Tomar una foto que lo evidencie, es decir, detener el coche, bajar 30 segundos y disparar la foto, incomoda demasiado. No hay ojos suficientes para mirar por si aparece alguien.
El Maní, en la zona de Sabana Grande —donde aún pervive el Callejón de la Puñalada o más hacia el centro Moulin Rouge—, resiste como solo lo hacen los lugares donde en algunos momentos pasaron grandes cosas.
Bajo la mirada de Héctor Lavoe desde un póster carcomido por el tiempo, Jorge, el actual propietario, trata de mirar con optimismo al futuro. “Esto algún día tendrá que mejorar, al venezolano le gusta salir”, dice mientras al fondo toca una banda cubana para apenas una decena de personas. Jorge se felicita porque su local “es el más seguro de la ciudad”. Lo suyo le cuesta. Incrustado en medio de una calle, tiene repartida seguridad en las dos esquinas y en la puerta. A veces, ni eso es suficiente: “Hace poco intentaron robar a una pareja, se fueron a denunciar y al hombre se lo llevaron detenido. ¿Sabes quién regresó antes al bar?”.
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