Imagina que volviste a tus 10 o 12 años y tu mamá no está en casa. Es mediodía porque acabas de llegar del colegio y el hambre que tienes no puede ser controlada fácilmente. Llamas a tu mamá para saber dónde está y te dice que se va a tardar ¿Y ahora?
No hay motivo de preocupación, tú te conviertes en todo un chef cuando la ocasión lo amerita. Abres la nevera, buscas algunos ingredientes y completas sacando el pan que quedo de ayer sobre la mesa. ¡Estás hecho! Llegó la hora de prepararte la merienda.
La merienda parecía definir la personalidad de cada niño en aquel momento. Hay quienes preferían optar por lo dulce mientras que otros no desperdiciaban un plato de “comida salada” como decían las abuelitas.
A la fuerza y como fuera, la manera más fácil de poder comer algo antes de que llegara la hora del plato fuerte era abrir un pan y meterle una tableta de chocolate Savoy ¿Quién no hizo esto? Ahora de grande tal vez puedas hacer la misma gracia y meter el pan al microondas para hacer que el chocolate se derrita ¡ummm!
Tal vez nuestros nietos o hijos no se hayan enterado de esta merienda de dioses pero cuando no había nada en la nevera, con lo que inventar, la solución era tomar una taza, echarle leche en polvo, azúcar y listo. ¿Para qué querer más?
Si eras de los que prefería lo salado, no cabe duda de que tu plato favorito era el Sandwich con Cheez Whiz de Kraft, que en teoría era muy nutritivo, por lo que tu mamá no se quejaba tanto si lo comias.
Aunque como pueden darse cuenta, la receta siempre incluye pan, el secreto está en las variaciones. Esta vez, el pan posa acompañado de salsa de tomate. Cosa que algunos pueden verlo de manera asquerosa actualmente. ¡Pero comida es comida!
Para los que preferían darle al estómago algo más de calor estaba esta receta. Era ideal para desayunar antes de irse al colegio o comerla cuando ya estabas apunto de dormir y el frío estaba haciendo estragos.
Definitivamente el que no armó esta combinación, no ha vivido. La mejor de las técnicas era tomar el codito del pan y abrirle un huequito para servir la leche condesada para que quedara al mejor estilo de una barquilla.
En discordia entre el lado blanco y el oscuro nos sentíamos todos cuando nos tocaba comer Nucita. Untarla en pan era la mejor cena que pudiese imaginarse. Si comprabas la que venía en una jarrita sentías que no se iba a acabar jamás.
Para este preparado solo había un secreto: que la gelatina fuese de la roja. No sabíamos si era frambuesa, fresa o cereza, decíamos: dame una roja, en la panadería, esa mismas en la que comprabas la mini lata de condensada que te servía para completar el combo.
Está en verdad si era la mejor combinación entre lo dulce y lo salado. Para ese momento era toda una fascinación que heredábamos de nuestros papás o abuelos a los que también les encantaba esta comida.
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