Mañana Pedro León Zapata habría cumplido 87 años. Al momento de su nacimiento, gobernaba el país un dictador ante cuyos caprichos la voluntad de la sociedadvenezolana estaba amilanada, sometida y pisoteada. Naturalmente, como suele suceder con todas las dictaduras, un pequeño grupo se beneficiaba y andaba en eso que Picón Salas llamó el “vivamos, callemos y aprovechemos”. Juan Vicente Gómez mandaba desde 1908, cuando su compadre, el también tachirense Cipriano Castro, le dejó encargado de la presidencia y él se la cogió. De vez en cuando ponía a otra persona en el poder, como para dar sensación de alternabilidad (al menos ese detalle tenía). El pueblo de Venezuela, que siempre sabe lo que sucede, aunque algunas veces se haga el pendejo, acuñó la siguiente expresión: “Aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente.”
Zapata nació en el Valle del Espíritu Santo de La Grita, tierra del famoso y milagroso Cristo de La Grita en 1929. En enero de ese año un terremoto sacudió a Cumaná. El terremoto produjo un tsunami -mucho antes de que los occidentales adoptáramos esta palabra de origen japonés- que arrasó la ciudad. En aquellos tiempos las catástrofes eran todas naturales porque, a pesar de lo ruines y asesinas que eran, las dictaduras no destruían el país.
En febrero el general Arévalo Cedeño invadió Venezuela por sexta vez. Eran tiempos en los cuales el destino del país estaba en manos de los cuarteles. Parece que esta siempre ha sido la gran tragedia Venezolana, esbozada por Bolívar cuando dictaminó amargamente “Venezuela es un cuartel”.
En marzo del año en que nació Zapata se crea en París la Junta Suprema de Liberación Nacional, una suerte de MUD de la época. Román Delgado Chalbaud, el papá de Carlos Delgado Chalbaud y José Rafael Pocaterra comienzan a planificar una invasión, otra invasión, siempre invasión para cambiar gobierno. Pocaterra es el autor de las Memorias de un Venezolano de la decadencia en las que dice: “bendigamos la risa que nos permite burlarnos de los malos y de los imbéciles a los cuales, sin ella, tendríamos la debilidad de odiar”.
El 8 de junio, un grupo de revolucionarios venezolanos integrado por Gustavo Machado, Rafael Simón Urbina López y Miguel Otero Silva toma el Fuerte Amsterdam en Curazao. Llevando como rehén al gobernador Fruytier, asaltan el vapor Maracaibo e intentan una invasión al país por las costas de Falcón. Por donde mismo lo intentó Miranda, poco más de cien años antes.
Un mes después el 9 de julio el Falke zarpa de Gdynia rumbo a las costas del Estado Sucre con casi un centenar de voluntarios, dos mil fusiles, cuatro ametralladoras sin montura, 24 carabinas, 24 revólveres, y 1.286 cajas de municiones que habrían de cambiar el destino del país. Al llegar a Cumaná el mes siguiente, los invasores son derrotados, muere Delgado Chalbaud en el puente Guzmán Blanco. Es la primera vez que la aviación militar entra en acción en un combate en Venezuela, para ayudar su creación y desarrollo, el año anterior había venido a Venezuela Charles Lindbergh, sí el de “más perdido que el hijo e’ Lindbergh”. Aterriza en Maracay con el espíritu de St. Louis, que así se llamaba su avión. Cuenta la leyenda que el famoso piloto causo revuelo en Maracay, una multitud fue a recibirle, hijas de Gómez incluidas. Dicen que una de ellas, junto a sus hermanas, recibió al piloto con un ramo de flores y que Lindbergh preguntó: “¿son naturales?”, a lo que una de las hijas respondió: “Sí, pero estamos todas reconocidas y somos de buena familia”. No es la primera vez que los tiranos se valen de figuras relevantes para ganar popularidad y distraer de la brutal represión a los estudiantes de la generación del 28. Quizá el famoso aviador, sin saberlo, cambio nuestro destino.
En diciembre el dólar se cotizaba a 5,23. No existía mercado negro, tampoco dólar today . Toda la hecatombe económica de Venezuela era entonces un lejano tomorrow.
Así eran los tiempos en que nació Zapata. Quiso la Providencia que los dos paréntesis de su extraordinaria vida estuviesen marcados por el autoritarismo militar. Una desventura, sin duda, en la existencia de alguien que siempre levantó su voz para decir lo mucho que le disgustaba ver a la sociedad civil firme y a discreción.
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