reocupa la respuesta tan débil que han dado los ciudadanos a los llamados de la dirigencia opositora a movilizarse para pedir la renuncia al responsable de la calamidades y la devastación del país. Al menos en Caracas, la convocatoria no colmó las expectativas.
Llama la atención que hayan seleccionado la estrecha e incómoda calle Élice de Chacao para ubicar la tarima de los oradores en la concentración del pasado sábado. ¿Cuál será el temor de convocar a la plaza Altamira?, reconocido ícono y bastión de la oposición, donde se han dado tantas luchas y celebrado los resultados favorables en las elecciones.
Resulta desalentador que no logren canalizar la indignación popular contra un gobierno tan incapaz y embaucador como el de Maduro, cuando el sentimiento generalizado es que se dé un cambio lo antes posible; las encuestas revelan que 72% de los venezolanos quiere una salida anticipada del presidente de la República. Es imperdonable la intención que se percibe en algunos de intentar correr la arruga hasta las elecciones de gobernadores, porque la gente desesperada por la situación no aguanta hasta diciembre.
Se entiende que para la Asamblea Nacional no es fácil lidiar con un gobierno que se pasa la Constitución por el arco del triunfo y desconoce el mandato popular, pero tiene el deber de hacerse respetar. Cuando el secretario de la OEA, Luis Almagro, dice que está esperando que la oposición venezolana le pida la activación del artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana, y hasta hoy no se hayan dignado a hacer la solicitud formal, a pesar de que fue aprobada en la plenaria del pasado 3 de marzo, demuestra que entre lo anunciado y lo que se ejecuta hay una gran contradicción o por lo menos una inquietante lentitud.
Eso mismo pasó con el reiterativo anuncio de destitución de magistrados exprés y tuvieron que morir en la orilla, por darle tiempo al “colectivo” del TSJ que les propinara tremendo palo y con un marco legal inconstitucional blindara su génesis corrupta, tan putrefacta como la revolución misma. Estos signos son interpretados por el ciudadano de a pie con impotencia, y hacen la misma pregunta de siempre: “¿Cuándo salimos de esto?”, a pesar de que la anunciada “Hoja de Ruta” de la MUD explica los mecanismos. Parece que la perciben confusa y sin contundencia.
La impaciencia colectiva va creciendo y puede estallar en cualquier momento con impredecibles consecuencias. La falta de agua y los apagones que de manera inmisericorde sufrimos los venezolanos han roto la cotidianidad, auspiciado el ausentismo laboral y, encima, están la tremenda escasez, la inflación inaudita y la delincuencia criminal que nos ha condenado a una lucha feroz por la vida.
El pueblo se encuentra enardecido; así que sus representantes en el Parlamento tienen que saber interpretar el momento y tener capacidad de respuesta inmediata para que no frustrar las grandes expectativas. La población indignada despierta sin agua y sin luz, sin jabón, sin toallas sanitarias, ni pañales, sin comida ni medicinas. ¡Sin seguridad! ¡Sin patria! No somos más que el recuerdo de un gran país, convertido en una paupérrima provincia cubana. La cuna de la revolución chavista vive sus horas finales.
En pocos días Raúl Castro recibirá en La Habana al presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Los servicios de inteligencia han filtrado que existen conversaciones sobre la transición venezolana y la salida inminente de Nicolás Maduro, con apoyo del Vaticano. Hoy son mucho más importantes los billones de dólares del imperio, a la espera por llover en la isla (con o sin derechos humanos), que la problemática y arruinada Venezuela.
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